Fragmento #45- ISO 9999

Cómo me realiza como persona hacer algo útil por la humanidad, aunque sea acompañar a una discapacitada a arreglar unos asuntos en la comisaría. Pensaba que cuando entrara en Los Ángeles me pondrían de psicóloga, o de becaria de psicóloga, y no de moza de carga, que para eso ya trabajo en el Carrefour. Pero en fin, supongo que es cuestión de estatus y Olga necesita que alguien le eche una mano. La verdad es que para ir a pulso con la silla de ruedas desde su casa hasta la susodicha sede de la autoridad necesitaría los brazos de Arnold Schwartzeneger (y yo casi también porque la silla pesa quintal y medio). Bueno, nos encaminamos hacia la parada. Encaminamos en sentido figurado, claro, pero como aún no existe un verbo que sintetice la idea de desplazarse en silla de ruedas, usaré el argot de los no tullidos ni/o discapacitados.
- Esperemos que no tarde mucho.
- ¿El Tussam? Depende del día – hay días que tarda mucho, y otros que tarda muchísimo. Tú, como vas sentada, por lo menos no te cansas.
Así que después de los 20 minutos de rigor, ¡por fin! se recorta la silueta en el horizonte del dichoso autobús. Y como los conductores de Tussam son muy funcionales y siempre paran el cacharrito a tres metros de la acera, nos pongo bien pegadas al borde para que nos vea. Sólo nos falta el chaleco reflectante, que cualquier día nos lo tendremos que poner, porque con la de cafres que hay ahora con el carril bici… Vaya, parece que ha recibido el mensaje y el conductor ha arrimado el autobús. Pero claro, como los Tussam tienen el escalón en modo Gasol, pues el desnivel con la acera es considerable, así que el conductor le da al botoncito de escorar el autobús. Y eso lleva su tiempo. Si no he perdido la cuenta, llevamos ya 23 minutos para coger el autobús. Cuando por fin lo pone en línea, resulta que hay un hueco de siete centímetros entre el autobús y la acera. Veremos a ver si no se atranca en el mini-bache. Y mientras cruzo miradas con el símbolo de accesibilidad pegado junto al limpiaparabrisas. A veces no sabes si es mejor ver el símbolo internacional de accesibilidad y hacerte falsas ilusiones o directamente que no se ponga. Realmente hace honor a su calificación de símbolo, porque muchas veces es realmente simbólico, casi anecdótico. ¿Qué es accesibilidad? Es el undécimo misterio del mundo. El trayecto no tiene menor inconveniente… hasta la parada. ¿Qué hago, pegar una voz verdulera para que la gente se entere de que la pobre paralítica se va a bajar? Para mí toda emisión gutural que supere cierto nivel de decibelios en el autobús es verdulera, y ésta sin lugar a dudas lo es. Vale. Luego, unos 7 minutos de reloj de media para poner la rampa. ¿Y el bordillo? No hay bordillo cerca, o lo que es lo mismo, la distancia con el suelo es de 10 centímetros. El conductor se pensará que los amortiguadores de la silla de ruedas son como los del coche de Fernando Alonso. Aunque con el coche que tiene este año, a lo mejor éstos son incluso mejores. Por suerte ésta tiene que ser la línea de la caridad, porque entre dos buenos samaritanos y una servidora conseguimos bajarla sin dejarnos el espinazo. Y después, caminito de Belén. O lo que es lo mismo, a la comisaría. ¿Belén estaba en una montaña? Porque entre la comisaría y nosotras hay unos 30 escalones. Y ningún ascensor. Ni rampita. Ni un acelerador de partículas que nos teletransporte escaleras arriba. Olga no es Lázaro. Ni veo a Jesús por ningún lado. Así que no sé quién le va a decir eso de “levántate y anda”. Los maderos nos miran. Sí, sólo nos miran, porque no tienen ni la menor idea de lo que van a hacer. No hay muchas opciones, así que como no la subamos a pulso como a la Virgen de la Cabeza…