Fragmento #34 - Poeta en Nueva York

Arrastrarse, por supuesto, siempre es el último recurso. Intentas andar derecho, o casi, para que no se te note mucho la borrachera. Así te aseguras de que no te dejan solo, y no te hundes en ese pequeño agujero que eres.
Entro en un bar. Me siento en una mesa, en una esquina. Me gustan las esquinas. Además, al lado tengo la ventana, la gente pasa y la veo, pero no me reconocen. Soy submarino. Me noto bien, creo que estoy volviendo a la sobriedad. Esa extraña sensación de estaba borracho y estoy dejando de estarlo.
- ¿Qué te pongo?
- Un café.
- ¿Con leche? - Ay...olvidaba que Sevilla es la única ciudad donde un café siempre te lo pondrán con leche.
- Claro. Gracias.
El muchacho desaparece. Saco un cuaderno y un libro. "Poeta en Nueva York". El amigo Lorca. Me lo habré leído cien veces, y todavía no ha dejado de gustarme. Tampoco lo tengo en un altar, lo he desmitificado mucho. De hecho, cada vez me interesan menos los poetas muertos. Los sigo leyendo, claro, y los admiro, pero en los vivos tengo puestas todas mis esperanzas.
Paso allí, con mi café y mi cuaderno, cerca de una hora. Para que no me echen, pido tres cafés más. Luego llega Jaime, que sabía que yo estaba por aquí. Me dice no sé qué de una fiesta y yo asiento. Luego, se pone a leer lo que voy escribiendo. Yo escribo y él lee. Qué homenaje al Fordismo.