Fragmento #2 – Bruma matinal

A ciertas horas de la mañana, este barrio de Moncloa en el que vivo me recuerda a los minutos en los que me quedaba en la cama después de despertarme, años atrás, en el pueblo de mis padres. Se establecen nexos en mi cabeza: los rayos de sol que intentan abrirse paso, entre bruma y árboles allí, entre contaminación y edificios aquí; el canto de algún pajarillo todavía no enmudecido por el bullicio; los sonidos de los comercios y negocios abriendo. A veces, a esta escala de barrio, parece que el desperezarse de la comunidad fuera igual que el de aquella aldea. Luego, poco a poco, la ciudad empieza a desarrollar sus timbres característicos.
En realidad, durante mucha parte del año no veo claridad al despertar, y en estos días, vuelvo a encontrarme con ella. Apoyado contra la ventana del salón, mientras desayuno, observo la calle. El calor de la taza de café y mi respiración producen dos formas alargadas de vaho en el cristal. Está frío. La piel de mi frente se queda como pegada en el vidrio. Fuera, algunos árboles lucen brotes, quizás los haya engañado el clima. La primavera se acerca no hay duda. Pero yo ahora no dejo de tararear en la mente aquella canción de Ana Belén, “Cada mañana a las seis” Así es, me canso de trabajar.
De camino al trabajo, mis pasos dan ritmo a una nueva jornada de auto motivación. Me sorprendo sonriendo al ver algún que otro detalle anecdótico e intrascendental en los demás. Son como el medicamento de esta terapia-para-ser-feliz-que-me-he-inventado. Pequeños gestos, o frases, o acciones; por la calle, en el metro, en este novísimo intercambiador de Moncloa, que escudriñamos como si fuéramos visitantes de un mundo remoto. Sí, el decorado está cambiando, ¿puedo cambiar yo?