Un calor sofocante me arremete al salir de la estación, trainta y cinco grados en el termómetro de enfrente. Son las tres de la tarde, primavera en Sevilla. Voy hacia el puente buscando la sombra de sus toldos, cientos de coches de un lado para otro. Algunos salen de la ciudad, otros entran en ella sumergiéndose en un sumidero de calles infinitas hasta el mismo centro de la ciudad. Hace calor, mucha calor. Debajo de mis pies corre el río, inmune al ajetreo de la ciudad continúa su camino hacia el mar. «Nuestra vida es como un río que va a dar al mar, que es la muerte», decía Jorge Manrique... Tengo que dejar de pensar, sobre todo a estas horas, con el sol de frente y el estómago vacío. Termino de cruzar el puente y espero a que el semáforo se ponga en verde. El sudor comienza a correr por mi frente y siento la humedad en la espalda. Necesito una ducha, necesito sombra...
El teléfono móvil comienza a sonar, es María:
- ¿Sí?- digo al descolgar.
- Hola, Mario. ¿Qué tal?
- Muy bien, ¿y tú? De camino a casa voy...
- Ah, bien... Te llamaba por si quieres comer en mi casa y después seguimos trabajando...
- Pues no voy a poder, ya he quedado para almorzar con Ernesto. Pero estaré a las cinco en tu casa, por eso no te preocupes...
- Vale, vale...- contesta ella- No hay problemas, a las cinco nos vemos.
- Sí. Venga, un beso.
- Hasta luego, Mario- y cuelgo el teléfono.
Sigo adelante buscando mi casa, allí debe estar ya Ernesto esperando, se me hace tarde...
* * *
Con una servilleta de papel se limpia el bigote cuidadosamente, dobla la servilleta varias veces y la coloca junto a la copa, una copa que hasta hace poco contenía vino tinto.
- Se come bien aquí... Me gusta, me gusta- dice Ernesto con su voz grave y potente- Y se está fresquito... que ya es mucho.
- Pues sí, no te imaginas el calor que he pasado cruzando el puente...- le digo terminando mi postre.
- Me imagino, me imagino... Y lo que nos queda, Mario. Lo que nos queda que pasar de calor...
¿Hablando del tiempo con Ernesto? ¿Cómo he podido llegar a esta situación? No puede ser...
- ¿Te acuerdas de María?- le interrumpo su conversación meteorológica.
- María...- repite el nombre queriéndose acordar- ¿Tu vecina? La joven esa que fue a tu cumpleaños...
- La misma... Pues pinta.
- ¿Pinta? ¿Qué pinta?- pregunta Ernesto.
- Cuadros... pinta cuadros.
- ¡Ah!- exclama- ¿Y qué? ¿Qué me quieres decir...?
- Pues que ahora está pintándome a mí...
- ¿A ti?- pregunta extrañado.
- Sí, soy su modelo... Está pintando un retrato.
- Y pinta bien, ¿no?
- Bastante bien... ya lo creo. Aún no lo he visto, pero sus otras obras no están nada mal...
- ¿Nada mal?
- Están muy bien.- culmino mientras aviso al camarero para que traiga la cuenta.
- ¿E Isabel lo sabe?- me pregunta sin mirarme mientras saca la cartera.
- Invito yo... guarda la cartera- le digo agarrándole suavemente el brazo y dejo un billete sobre la mesa, que el camarero no tarda en coger.
- ¿Isabel lo sabe?- insiste Ernesto.
- Claro... ¿porqué no?
- Bueno... no sé. Ya sabes cómo son las mujeres...
- ¿Cómo son, Ernesto?
- Tú sabes... conociendo el pasado de esa chica, tienes novia; no sé, no sé... Quizás no lo vea bien.
- No me ha dicho nada al respecto.
Y que no me lo haya dicho no quiere decir que no lo piense. Quizás si, quizás no. Prefiero no preguntar y seguir ignorándolo. Y es que cada uno busca un cobijo donde guarecerse, cada uno busca una sombra para arrimarse. A veces, esa sombra es el miedo, otras la ignorancia. No importa, todas ellas llevan al mismo camino...