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Gamma del Centauro
 
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 Fragmento#83 - El claustro y el baúl

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Ankaa
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MensajeTema: Fragmento#83 - El claustro y el baúl   Fragmento#83 - El claustro y el baúl Icon_minitimeLun Nov 17, 2008 10:18 am

Domingo, 16 de noviembre de 2008
En Sevilla

Estos días con Mario casi me he sentido normal. Hemos paseado por Sevilla, hemos comprado en el super, me ha dejado ayudar en la cocina, hemos visto la tele y me ha dejado ojear algunos de sus papeles. Era como estar en casa, en un hogar de verdad en el que no hay mentiras y tensión.

Hoy se ha despertado pronto, me ha dicho que me vistiera y hemos salido en coche.
-Creo que es esta salida –dice mirando una señal.
Un pequeño pueblo de casas bajas y gente tan vieja como sus calles se manifiesta ante nosotros como un espejismo. Medio dormida me froto los ojos.
-¿Ya hemos llegado?
Vamos a descubrir mi pasado. Tengo miedo y, a la vez, estoy emocionada, pero sé que mientras Mario esté a mi lado no hay nada que temer.
Aparcamos en una plazoleta y salimos del coche. Enfundada en una chaqueta que me ha prestado mi protector, seguimos avanzando hacia nuestro destino y entramos en un prado, en un camino que nos interna en la naturaleza. Veinte minutos más allá llegamos a una construcción de piedra.
Mario me indica que debe ser allí, así que buscamos la puerta y, una vez encontrada (grande, vieja y de madera maciza), picamos con fuerza.
Una señora menuda, de piel sonrosada, cabello blanco y hábito impoluto, nos saluda con amabilidad y nos pregunta qué deseamos. Mario pregunta por el nombre de la nota y la anciana nos mira confundida. Nos explica que la mujer por la que preguntamos está muerta, que murió hace dos años, pero que Sor Rosario puede atendernos.
Mario y yo entramos tras ella. Unos pasillos de fría piedra gris protegen un jardín y un huerto bien cuidado. No hay nadie por allí. La señora nos informa que todas están orando y nos acompaña hasta una habitación, tras cruzar una sala cuadrada y austera que da a tres puertas más. Entra y al rato sale.
-Ya pueden pasar.
El despacho en el que entramos es mucho más cálido y acogedor. Las paredes parecen estar forradas de libros y el fuego de una chimenea crepita alegre a un lado de la estancia. Una mujer alta, delgada, de cabello liso negro y corto, con un mechón blanco a la derecha, y la piel más pálida que he visto en mi vida, nos da la bienvenida mirando por un ventanal que hay al otro lado de la mesa.
Mario va directo al grano. Le noto incómodo, como si la presencia de aquellas mujeres le produjera rechazo. Le enseña la nota y la llave y le pregunta por el nombre.
-Entonces tu debes ser Astrid –dice sentándose y estudiándome.
Su rostro es severo, pero no su mirada.
-Sí, soy yo –respondo solemnemente.
-Antes de fallecer, nuestra hermana, me indicó qué debía hacer si alguna vez venías, pero siento informarle –añade dirigiéndose a Mario –que lo que guarda esa llave es sólo para la niña.
Mario no parece convencido. Se muestra reticente a dejarme sola con esa mujer vestida de negro y blanco. Pero, finalmente cede y, tras decirme que si necesito algo le llame, sale por la puerta.
-Astrid, no conocí personalmente a tu padre, pero las hermanas le tenían en gran aprecio, decían que era especial, que sus pinturas transmitían señales de Dios.
Se levanta y se apoya en la mesa, junto a mí.
-La verdad es que yo no creo mucho en esas cosas. Siempre he sido de la opinión que Dios está en cada uno de nosotros, y el pensar en un hombre que puede mostrar ese tipo de imágenes me hace reír –sonríe -. Pero lo que sí es cierto es que tu padre daba esperanzas a muchas personas, a gente que había perdido lo que más le importaba en el mundo, almas perdidas…
-¿Y qué es lo que guarda la llave? –la interrumpo.
-No lo sé. Sólo tú puedes verlo, eran las indicaciones de tu padre. Ahora te acompañaré a una sala contigua –dice señalando una pequeña puerta medio oculta entre dos estanterías abarrotadas de libros -, después te dejaré sola.
La idea de quedarme en un cuarto desconocido, con algo tan secreto que sólo puedo ver yo, me aterroriza.
-Habla muy bien de mi padre –digo de repente.
Otra vez la sensación de que las palabras salen de mi boca sin que yo las pronuncie me sorprende sin poder reaccionar.
-Pero él debe estar en el infierno, ¿no es así?
La monja me mira y sus ojos se abren como platos. Se aparta de mí y empieza a susurrar unas palabras extrañas rápidamente. Parece una cantinela.
-De poco te sirve rezar. El latín tampoco te ayudará –dicen mis labios.
La mujer enmudece.
-Sólo llévanos a la sala y danos lo que nos pertenece.
Todo el poder, la paz y la armonía de aquella mujer han desaparecido en cuestión de segundos. Con manos temblorosas abre la puerta y señala un baúl a un lado. No dice nada. Yo entro a pasos forzados. La puerta se cierra tras de mi.
Es un cuarto pequeño y mal iluminado. Sin ventanas. Está lleno de objetos, desde sillas viejas a antigüedades que deben valer una fortuna.
-Vamos –escucho desde mi interior –, no dudes ahora.
Me acerco lentamente al baúl. Metal forjado y madera oscura. Me arrodillo en el suelo frío e inserto la llave en el candado (mucho más nuevo que todo lo demás).
Clack, click, check…
Se abre. Todo mi cuerpo tiembla sin parar. Siento nauseas y la habitación da vueltas y más vueltas.
-¡Vamos! ¡Ábrelo! –grita autoritario agorándome por los hombros.
Manos grandes y varoniles. Brazos fuertes.
-No quiero… -musito -. No quiero.
-¡Maldita cría! Entonces lo haré yo.
Ya no tengo control. El baúl se abre con un gruñido. Dentro objetos y fotografías, juguetes antiguos y una mantita de bebé; recuerdos familiares. Pero sólo una cosa llama la atención de mi mano controlada por sombras: una libreta. Al abrirla una foto cae al suelo. Una mujer alta y castaña, de aspecto dulce. La reconozco, era la ninfa del viento, aquella que ululante me llamaba en noches de tormenta. Pero no está sola. A su lado hay una niña que se parece mucho a mí, pero su cabello es liso y oscuro. En sus brazos sostiene a un niño muy pequeño. Y, tras todos ellos, está él, aunque no parece el mismo, pues su piel es más clara. La sombra, el monstruo, aquel ser que me acosa, está en una foto.
El baúl se cierra. Guardo la libreta en el interior de la chaqueta, junto la llave; el número del papel todavía no ha cobrado ningún sentido.
Me levanto y abro la puerta. Las dos mujeres me observan desde el fondo de la habitación. Parecen atemorizadas. En medio de la sala Mario me espera.


[ cf. Mario #122 ]
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Nekkar
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MensajeTema: Re: Fragmento#83 - El claustro y el baúl   Fragmento#83 - El claustro y el baúl Icon_minitimeLun Nov 17, 2008 5:26 pm

Se me han puesto los vellos de punta... Y lo del niño pequeño me tiene inquieta scratch
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Ankaa
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MensajeTema: Re: Fragmento#83 - El claustro y el baúl   Fragmento#83 - El claustro y el baúl Icon_minitimeLun Nov 17, 2008 5:39 pm

Gracias ^__^
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MensajeTema: Re: Fragmento#83 - El claustro y el baúl   Fragmento#83 - El claustro y el baúl Icon_minitime

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