Ankaa Estrella de Tinta
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Personaje Nombre: Astrid
| Tema: Fragmento#81 - Verdades amargas Jue Nov 13, 2008 1:06 am | |
| Martes, 11 de noviembre de 2008 En Sevilla Cuando Mario volvió no dijo gran cosa, cada uno fue a lo suyo y preferí dejarle tranquilo, pero hoy vuelve al mutismo. Sentado en el sofá lee un manuscrito. Está serio, callado, con las cejas arqueadas como si buscara algo en esas páginas. Me siento a su lado. Quiero hablarle, preguntarle por lo que hizo ayer, también por el sobre, pero no me atrevo. Le miro y al instante vuelvo a contemplar mis nudillos, aprieto las manos entrelazadas con fuerza hasta ver que éstos se vuelven de un color blanco semejante al del que deben ser mis huesos -¿Qué lees? –pregunto al fin intentando romper el hielo -Eh… mi novela. Estoy releyéndola para volver a escribir. No sabía que Mario escribiera y, todavía menos, que ya tuviera una novela. -¿Tienes un libro? -No… no está publicada. Como si escribirlo fuera poco. No se da cuenta del mérito que tiene. Yo intenté llevar un diario y me pregunto en qué rincón lo olvidé. -Yo lo intenté, pero se me da mejor pintar. -Tengo muchas escritas…, pero nada publicado Sigue infravalorando su trabajo. Pero a mi eso no me importa, que estén publicadas o no. -¿Me dejaras leerlas? Me gustan las historias. Querría ver qué escribe, qué clase de personajes cobran vida con sus frases. -Claro, ¿por qué no? Te pasaré una copia cuando te va… -deja de hablar. “Cuando me vaya”, dilo Mario, no dejes las cosas a medias, menos cuando es lo que piensas de verdad. -¿Quieres que me marche? Se hace el tonto, no quiere decir la verdad, nunca la dice, ni sobre sus sentimientos ni sobre lo que quiere. Es agobiante ver que un adulto se comporta de esta manera. La verdad es que todos los adultos que me han rodeado siempre han sido más irresponsables consigo mismos que cualquier chaval que haya conocido… -Siempre estás mal Mario... te conocí estando mal. Creo que no puedo hacerte feliz. Lo intento. Sé que soy una carga, no debería estar aquí, pero pensé que, quizá, había venido porque me necesitabas. Prefiero no mirarle a la cara, sé que le debe molestar lo que digo, pero no puedo seguir callando. -Estás solo, Mario, te estabas haciendo daño... -Astrid... cállate, no me hables así... Lo siento, no eres una carga para mí... pero... no has llegado en el momento adecuado... –dice molesto -. En realidad no sé ni cómo has llegado... Las niñas no se teletransportan, tienes una familia en Barcelona... ¡Dios! Se ha cabreado. Le miro. Sí, está enfadado de verdad, le duele lo que le digo y eso es porque he tocado en sus silencios. -¿Alguna vez hay un momento adecuado en tu vida? ¿Has terminado algo? ¿Te has tomado algo tan en serio que te olvidabas a ti mismo? No dice nada. -Mario, soy una niña, pero yo nunca he importado, soy un instrumento, un personaje en la vida de los demás, soy “aquello que sirve para...”: para que me quieran, para sentirme mejor, para culpar... Pero tu, sé que eres algo, alguien, o al menos puedes serlo. Yo todavía no he empezado a vivir y ya estoy muerta. Mario se levanta del sofá gritando que me calle, pero no pienso dejar las cosas a medias, no como él. Yo lo soltaré todo, lo escupiré, y después, si me hecha, bueno… Tendré que irme alguna vez de todos modos. -¿Por qué no quieres verlo? ¿Por qué no quieres luchar por lo que te importa? Ese libro por ejemplo. La mujer que te hizo daño antes de venir a verme... o, mejor dicho, a la que hiciste daño... Creo que me he pasado. -No debería hablarte así, tienes razón. Mario se ha ido moviendo por la habitación mientras hablaba. Yo he permanecido quieta e impasible, pues, si le miraba, seguramente habría sido incapaz de continuar. -No, no debes hablarme así... Acabas de llegar a mi vida y ya te crees... -Siento que te duela –continúo -. No te juzgo. Es difícil vivir así. Tener que soportar que los demás no te vean, o no te vean como realmente eres... fingir. Lo siento. - ¿De qué hablas, Astrid? Yo estoy bien... no me pasa nada ¿Lo dice en serio? ¿Tan ciego está ante su propia realidad? Clavo mi mirada en la suya. No quiere reconocerlo. -No deberías culparte por todo. Ni responsabilizarte de todo. -Yo no tengo la culpa de nada... Son los demás... Astrid, cállate. No quiero hablar de eso y menos contigo -No soy tan inocente como para no verlo. Los demás... Los demás no se enteran de nada, Mario. Viven sus vidas, sin pensar en los que dejan atrás, sin pensar en los que arrastran a su paso. Pero tu eres bueno, puedes salir adelante, perdonarte. Me acerco a él y extiendo la mano, esperando la suya. -Hace poco que nos conocemos, pero desde entonces no tienes porque estar solo. Mario... Me aproximo más, pero él no responde, está paralizado. -No te preocupes, pronto me iré, no creo que pueda seguir mucho por aquí. ¿Podrías devolverme mi sobre? Por favor. -Tu... ¿sobre? –responde con otra pregunta. -El sobre lacrado. El que había en mi ropa. El que me dio mi padre antes de morir. - Tu... ¿padre? ¿Se está mofando de mí? No, está turbado. No debería haberle dicho todo eso. Le abrazo. -Tranquilo -digo -, da igual, luego hablamos, todo irá bien. - Lo he abierto... –confiesa entonces. Lo ha abierto…, el sobre de papá. Me separo de él. ¿Cómo ha podido hacer eso? ¿Cómo ha podido violarme así? Mi intimidad… Mis recuerdos… Lo único que me queda de él… Ante el espejo del baño rompo a llorar. No sé que he de sentir. Mario me ha traicionado. (Fragmento enlazado con el nº120 de Mario) | |
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