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 Fragmento#78 - Sofá y sopa

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Ankaa
Estrella de Tinta
Ankaa


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Fecha de inscripción : 15/04/2008

Personaje
Nombre: Astrid

Fragmento#78 - Sofá y sopa Empty
MensajeTema: Fragmento#78 - Sofá y sopa   Fragmento#78 - Sofá y sopa Icon_minitimeDom Nov 09, 2008 10:59 pm

Sábado, 8 de noviembre de 2008
En Sevilla

Abro los ojos. Sigo en la habitación de Mario. Me doy la vuelta y, una vez boca abajo, abrazo la almohada con fuerza. Sigo en casa de Mario. Sonrío.
Me levanto. Todavía me duele todo, pero ahora puedo moverme sin problemas. Abro la puerta de la habitación y me llega el olor de la cocina. Mario está cocinando. El salón está recogido, no hay botellas y no huele a tabaco y alcohol.
De espaldas a la puerta, frente a los fogones, él da vueltas con una cuchara de madera al contenido de una cazuela.
-Hola Mario, ¿qué preparas? –pregunto acercándome hasta él.
-Un poco de sopa, apetece ahora que refresca, ¿no?
-Sí, me gusta la sopa, ¿es de conchitas? Es m preferida…
El caldo hierve, burbujas amarillas que explotan al llegar a la superficie…
-Son fideos… fideos finos… -responde.
Su tono… Parece preocupado, así que me apresuro a recordarle lo bueno que estaba todo lo que me ha dado mientras estaba en cama. Me aferro a su brazo y le sonrío. No quiero que me eche. Él ríe. ¿También será feliz? Las ojeras que hundían sus dulces ojos en cavernas de tristeza han desaparecido, y su piel vuelve a tener ese color dorado de arena de playa en verano.
-Eso es que tenías hambre… -contesta añadiendo un comentario que deja en el aire al pedirme que ponga la mesa.
Con los platos y los cubiertos vuelvo al salón. Los dejo sobre la mesa. El piso es pequeño, pero confortable, y da al exterior, la luz del atardecer se cuela por la ventana. Las sábanas que utiliza Mario están arrebujadas en el sofá.
-¿Por qué sigues durmiendo ahí? –pregunto -.Ahora estoy mejor.
Desde que vine él ha estado en el salón, cediéndome la cama, pero ahora que estoy bien, podría volver a su habitación.
-Pues… Astrid… Es mejor que duermas tú allí… sola.
No entiendo el motivo. ¿Acaso ha olvidado lo que sentía por mí? Quizá ya no me quiere como antes y sólo cuida de mí por obligación. Yo sólo quiero que esté cómodo.
Entonces, junto a la puerta de la cocina, un Mario trajeado de blanco y con un sombrero del mismo color coronando su cabello oscuro y brillante, se materializa, apoyado contra la pared.
-¿Qué ocurre Astrid? –pregunta sonriente -. ¿Ya no me recuerdas? ¿Has olvidado lo nuestro?
¿Lo nuestro? Mario y yo… Es cierto. Lo había olvidado. Por eso está raro conmigo.
-No tienes porque sufrir el sofá, entre nosotros no tiene que pasar nada que tú no quieras.
Intenta excusarse con chorradas sobre anfitriones y huéspedes, pero la verdad es que no soporta la idea de estar en la misma cama que yo.
-Está bien, dormiré yo en el sofá –concluyo.
Cojo los vasos y vuelvo a la mesa. El Mario de blanco se sienta en una silla, contemplando la escena.
Discutimos. Él no quiere abordar el tema, continúa siendo educado, restándole importancia, pero yo no lo soporto. Además, las pesadillas me acosan, no puedo seguir sola en la oscuridad, sólo él me da luz.
-Tengo pesadillas que no logro recordar… pero tengo tanto miedo cuando despierto…
-Estoy en el salón… no tienes porque tener miedo.
Le contemplo. El Mario real, con su ropa oscura y cómoda, intentando mantener la barrera que nos separa, el otro Mario, de blanco, apoyándose en una mano, interesado por cada palabra, pero sin intervenir.
Se acerca. Mi frente contra su pecho. Siento su corazón, su calor… sigue siendo tranquilizador, como el día en que llegué. Pero para él… ¿qué debe sentir él cuando estoy cerca?
-¿Tanto me odias? –pregunto.
Quiere justificarse de nuevo, pero mi lengua se ha desatado, también mi culpa, mis sentimientos reprimidos.
-He destruido tu vida, por eso me odias, quieres ser el único responsable de lo que pasó –aunque no fue culpa tuya -. Yo no quería dañarte… Yo te quiero… Pero hago daño a todos los que quiero.
Me agarra de los hombros con fuerza y me zarandea.
-¡¡No digas tonterías!! –grita.
Dice eso, pero el dolor sigue ahí, en el horizonte de sus pupilas, puedo verlo como un continuo anochecer.
-Yo no te culpo por lo que pasó. Si lo necesitas, te perdono. No volverá a pasar. Hasta que no sea mayor, nunca volveré a pedirte un beso.
Entonces, sin previo aviso, contradiciendo sus palabras, sus límites, se agacha y me besa.
El Mario de blanco se ha levantado y a mi espalda susurra.
-Te quiero.
Mis labios corresponden a los suyos y un estremecimiento cálido crece en mi pecho. Pero esto no puede ser… Me aparto.
-La sopa se va a quedar fría –digo cambiando de tema.


[ cf. Mario #117 ]
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