Ankaa Estrella de Tinta
Cantidad de envíos : 354 Edad : 41 Localización : Barcelona Fecha de inscripción : 15/04/2008
Personaje Nombre: Astrid
| Tema: Fragmento#76 - Y entonces le veo… Jue Nov 06, 2008 10:44 am | |
| Jueves, 6 de noviembre de 2008 En Sevilla Camino instintivamente, como un zombie, por las calles de esta ciudad a la que no sé cómo he llegado. Todo es borroso… No recuerdo qué ha ocurrido ni por qué estoy aquí, sólo sé que tengo miedo y no puedo volver a casa. Cruzo un puente. Escucho el sonido que hace el río siguiendo su recorrido hacia el mar; al menos él sabe cuál es su propósito. El sol se asoma por el horizonte. Mis piernas andan solas, no necesitan de mí, saben que se dirigen a un lugar en concreto y no se han detenido ni siquiera para descansar, pero yo, mi mente, no sé adónde narices voy… Cruzo una calle llena de coches, sus pitidos me desvelan de mis ensoñaciones diurnas cuando casi me atropellan. Al fin miro al frente. Un bar, el olor a comida me ha hecho volver al mundo real. Entonces le veo, saliendo de un portal. No puedo seguir, tengo miedo, me horroriza hablarle. Mis pies dan unos pasos hacia él. Me mira, me ve, pero se da la vuelta y se aleja. -¡Mario! –intento gritar, pero me duele tanto el pecho que me ahogo en el intento. Parece sorprendido, se gira y sus ojos se abren como platos. ¿A caso había pensado que no era más que un espejismo? Se acerca a mí. -¿¡Astrid?! Me hace tan feliz verle. Al fin siento algo de seguridad. En estos días deambulando no he tenido nada en firme, no comprendía que ocurría, sentía que iban a atacarme en cualquier momento, pero ahora no, ahora estoy a salvo. Pierdo el mundo de vista, la gravedad me atrae, irrefrenable, contra el suelo. Mario corre hacia mí y me coge, me apoya en su pecho. Oigo los latidos de su corazón: rápidos, nerviosos, cansados. Me eleva en sus brazos. El calor de su cuerpo es lo más agradable que he sentido en mucho tiempo…, estoy en el lugar correcto. Entramos en el edificio y escucho sus pasos en las escaleras, pero no me quedan fuerzas, ni siquiera soy capaz de agarrarme a su cuello. Me estira en el sofá. Es cómodo. A pesar de que todo huele a humo y alcohol, me siento bien junto a él. Y, cuando voy a abandonarme, a relajarme, algo sube por mi garganta, unas palabras que desgarran la poca voz que me queda. Aferro con fuerza su camisa. -Por favor, no se lo digas a nadie. Blanco, mucha luz, y, de repente, me sumerjo en las tinieblas. (Fragmento enlazado con el nº115 de Mario)
| |
|