Fragmento #115 – Un poco de sol

No tengo suficiente coraje para volver a la librería. Haber caído tan bajo… y que mi único amigo me haya visto así. Que mi único amigo me haya echado, como un perro… Como un perro drogado y estúpido. El trabajo es lo que menos me importa ahora, ni el dinero… ¿El alquiler? Ya se verá… De todo se acaba saliendo, aunque sea con los pies por delante…
Y por algo hay que empezar, y es saliendo de casa. Dejando atrás las botellas y el tabaco. Ahuyentando a los fantasmas, desvaneciendo el humo y abriendo las ventanas. Que entre la luz, que el sol luzca en mi vida. Decido salir a la calle, temprano, cuando el sol comienza a salir. Dar un paseo por el centro, que me dé un poco el aire. Quitarme las ojeras y la cara de muerto.
Al salir del portal, una chiquilla rubia camina algo perdida por la calle, es extraña. Me resulta raro que no lleve maleta… Espera, ¡es Astrid! No, no puede ser… Deja los fantasmas atrás; los fantasmas atrás, Mario.
Al pasar junto a la chica, la miro de reojo, sin llamarle la atención… Es clavadita a Astrid, pero claro está… ¡No puede ser ella! ¡Qué absurdo, Mario! La miro y sigo hacia delante, ¿cómo iba a ser ella?
- ¡Mario!- escucho un grito ahogado a mi espalda, no puede ser…
- ¡¿Astrid?!
Es ella, se desvanece y cae contra el suelo. No pierde el conocimiento pero parece aturdida, tiene manchas de sangre en la ropa y la cara cansada. Corro hacia ella y la cojo en brazos, al estrecharla contra mi pecho parece recuperarse, una tímida sonrisa se dibuja en sus labios.
Abro el portal y comienzo a subir las escaleras, no sin esfuerzo. El cansancio se hace notar, aunque pese poco… ¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¡Dios! Es todo tan extraño… ¿estaré aún bajo los efectos del alcohol?
Dejo a Astrid en el sofá, apartando con brusquedad la mesa, una botella de ron cae al suelo y se rompe en trozos, lo poco que quedaba de líquido empapa la alfombra… Astrid parece ausente pero de repente se incorpora y me agarra de la camisa:
- Por favor, no se lo digas a nadie…- me dice y vuelve a caer sobre el sofá cerrando los ojos.
Esta vez parece que se ha marchado del todo, le acerco la muñeca a la frente y está hirviendo… Tengo que llamar a Ernesto… No, a Ernesto no… ¿A Bernard?
Miro a Astrid, la ropa sucia y con manchas de sangre, aunque no parece de ella… Tiene la cara sucia y el pelo pegado en la frente sudorosa. Pese a todo, su rostro brilla con esa luz angelical que me cautivó en Barcelona.
Será nuestro pequeño secreto, Astrid. Ahora tampoco diré nada…