Fragmento #113 – No sólo de alcohol vive el deprimido

Me he despertado con un tremendo dolor de cabeza, una fatiga insoportable, un sabor de boca… un sabor de boca indefinible. No recuerdo mucho del día de ayer… Una mañana extraña, Ernesto gritándome (de eso sí me acuerdo muy bien) y después… no sé. No sé como llegué a casa, ni lo que hice.
Me he despertado en el sofá del salón: con la ropa puesta y un zapato perdido, aún no lo encontré… Una botella de whisky presidía la mesa; a su alrededor, varias cajetillas de tabaco y dos ceniceros a rebosar. ¡Qué asco!
Cuando he buscado una pastilla para la cabeza, no encontré nada, absolutamente nada… Luego busqué pasta de dientes, para quitarme el desagradable sabor y… nada. No tenía pasta de dientes. Busqué café para despertarme de verdad y el bote estaba vacío.
No me quedaba otra: salir a comprar.
Pero, estúpido de mí, estoy en el supermercado y me acabo de dar cuenta que no traigo la cartera. He visto un cartelito de donuts a 50 céntimos y traigo exactamente un euro en el bolsillo del pantalón. Si el dolor de cabeza no me hace delirar… son dos donuts. Algo es algo, me llevaré algo a la boca hoy. ¿Ayer comí? No, creo que no…
Hay tres personas delante de mí, en la cola, me estoy empezando a impacientar… La chica que nos atiende se va y viene otra… Me suena, al pasar junto a mí la miro: es ella. Es la dependiente rara de la otra vez. La que me miraba tanto…
Sólo hay que venir a estos sitios para encontrarse a este tipo de gente, tan… tan… extraña.
- Perdone, caballero… ¿Qué desea?
La nueva dependienta rompe el sueño, el embrujo absurdo de la falta de paracetamol, el exceso de nicotina, el J&B y la dependienta del Carrefour cotilla.