Domingo, 2 de noviembre de 2008
En Barcelona
Laura se marchó tal como vino. Antes de dejarme con la puerta cerrada y el aroma de su champú todavía en el recibidor, me recordó que la casa era mía, me entregó las llaves, y me dijo que podía hacer con ella lo que quisiera. Me dio un beso y se fue.
-Entonces, ¿al final terminasteis bien?
-No sé que decirte, supongo que sí.
Tánit me sonríe y se pega a mi, agarrándome por el brazo. Las temperaturas han bajado de golpe y hace frío, es como si supieran qué me está pasando.
-¿Y tu como estás? –Pregunta mirándome fijamente -. Se te ve cansada, ¿duermes bien?
Niego con la cabeza.
-¿Por qué?
-Las pesadillas que alejó Mario…
No sé si está bien que se lo cuente, tengo miedo de ponerla en peligro, llevo unas horas sin que él me acose, pero quizá, si lo nombro…
-¿Vuelves a tener pesadillas?
Asiento. El silencio es más frío el que viento. Ella se me acerca, acaricia con sus dedos mis labios y me besa. No la rechazo, tampoco se lo devuelvo, simplemente la dejo hacer. Cuando se aparta veo que se ha sonrojado y le brillan los ojos.
-¿Por qué? –Le pregunto.
Ella no contesta, sigue agarrada a mi brazo y seguimos caminando.
-¿Quieres que haga como si no hubiera pasado nada?
El silencio continúa. No comprendo qué está pasando.
-Cuando te acostaste con Noa fue para mitigar tu dolor, ¿verdad? Mario te dio esa calma, esa alegría que te faltaba.
Se queda pensativa. Mueve los labios como si masticara las palabras, pero no sale sonido alguno de su boca.
-Siempre te admiré, Astrid. Los chicos mayores se fijaban en ti, hacías lo que querías, tenías ese aura de misterio que te hacía tan atractiva… -“atractiva” es lo se me graba en la mente -. Noa era lo correcto, él es guapo, es un chico…
-Quizá deberías apartarla de ti –me dice la sombra agarrándose a mis hombros.
Ahora ha tomado mi mismo aspecto, pero con el pelo largo, como lo llevaba antes. Sonríe mirando a Tánit. Ella está sufriendo, diciéndome todo eso, y yo sólo puedo escuchar al reflejo de mi propia oscuridad.
-¿No ves lo que quiere? ¿No crees que ya has tenido bastante de esto? ¿O quizá prefieres la otra alternativa? –Continúa.
Sé a qué se refiere. En su mente, si es que algo así la tiene, sólo hay dos alternativas, y son extremos opuestos: o bien la dejo tirada y me largo, o…
-No puedo perderte Tánit… -susurro -. No puedo contar con tío Bernard, él nunca me corresponderá, tampoco podrá entenderme. No hablemos de Laura, quizá mi relación con ella haya mejorado, pero no es mi madre. Noa es dependiente, me necesita, y sé que acabaría utilizándole, destrozándole. Y Mario… Mario no quiere saber nada de mí.
Ella se ha quedado muda. Me mira fijamente y me recuerda a esas muñequitas de ojos gigantes de los mangas, me recuerda a esas escenas en que los chicos hablan y ellas, con estrellitas en sus enormes ojos, se quedan con la boca abierta, observándolos.
-Sólo tú me escuchas, me entiendes…, sólo tú me lo perdonas todo.
Parece una niña, con esa cara de pánfila… Aunque es una niña, tiene unos meses menos que yo y sólo tenemos 13 años. ¿Sería así como se sentía Mario? Una conexión, alguien que te hace sentir bien, que sabe de qué hablas; o al menos eso parece…
Acaricio su rostro, suave y perfumado. Va a decir algo, pero mi boca acalla la suya. La abrazo con fuerza.
La sombra también la abraza y me sonríe.
-Ahora no estaremos solas, tendremos a alguien con quien jugar.
Palidezco. Pero ya no puedo controlar mis actos. Ahora ya no. ¿Qué he hecho?