Fragmento #111 – La caja de galletas danesas

Será por Halloween, por el Día de los Difuntos o… no sé porqué, pero mis fantasmas me persiguen. Por la noche los oigo reírse de mí, me miran con desprecio y me amenazan por el pasillo. ¿Me estaré volviendo loco?
Aquella voz resuena en mi cabeza desde entonces: «Si vuelvo a verla llorar por tu culpa, al día siguiente me tendrás plantada en tu puerta…». Los fantasmas siguen riéndose y asustándome. He cerrado las ventanas, las persianas y las puertas… ¿Por dónde habrán entrado?
No sé si es de día o de noche, si es aún sábado o ya estamos a domingo. Lo mismo todavía es viernes… Me levanto de la cama y enciendo la luz de la mesilla, me miro al espejo y una carcajada suena a mi espalda. No, no ha sonado. Soy yo quién la escucha, pero no suena… Estoy solo en casa, nadie se ríe… ¿Estoy solo?
La imagen del espejo me espanta: necesito una ducha, un afeitado, un poco de sol…
Una caja de metal azul asoma por encima del ropero, me acerco y la cojo. ¡Cuánto tiempo! La caja de galletas danesas: Danish Butter Cookies.
La abro y el pasado regresa a la habitación. Papeles doblados, recuerdos de viajes, un paquetito de papel de fumar y la bolsita de hierba. ¿Echamos uno, Mario?
Aún recuerdo la última vez que lo hice… Juré no volver a hacerlo más…
¿Para qué vale jurar? Hoy estamos aquí, mañana quién sabe dónde. Me siento en el borde de la cama y saco un papelito, abro la bolsita y busco un mechero entre los cajones de la mesilla de noche. Me vendría bien también una copita, una copita de algo…
Vamos a hacerlo bien, Mario… Voy al salón y lo preparo todo: la botella, el vaso, los hielos y el porro…
Las risas de mis fantasmas no tardan en desaparecer, al menos no las escucho entre mis risas…