Se buscan jóvenes escritores interesados en participar en una nueva revista. Mientras Ernesto pega el cartel en el escaparate de la librería, yo busco el teléfono de Bernard en el viejo listín de páginas amarillentas.
- ¿Y cuándo lo vas a llamar?- me pregunta mi viejo amigo.
- La semana que viene lo haré…- le contesto levantando la vista del listín.- Antes quiero hablar con un conocido…
- Bien…- es su escueta respuesta.- ¿Te acerco con el coche a casa, Mario?
- No, déjalo… Voy a acercarme a la estación de autobuses antes.
- ¿Has quedado con algún ex-compañero?- me pregunta recalcando el “ex”.
- No exactamente… Ya te contaré. ¡Ah! Aquí está… Bernard, Barcelona… ¿Es el de su casa o el de la librería?
- Emh… no sé. ¡Tú llama! Él te contestará…
Apunto el teléfono en un trozo de papel y me lo guardo en el bolsillo de los vaqueros, recojo la bandolera del perchero y me dispongo a salir.
- Esta tarde nos vemos, Ernesto…
* * *
Espero a que el semáforo se ponga en verde para llegar a la acera de la estación. Desde aquí sólo veo la mitad de las escaleras, no parece estar allí… ¿cómo era? El chico de la guitarra, el que nunca llevaba tabaco, el que siempre me pedía un cigarro con descaro. El poeta… ¿cómo era?
¿David? Creo que era así… Cruzo el paso de cebra y llego al principio de las escaleras. Ni rastro. Allí no está. No está el poeta, ni la guitarra, ni el cigarro pedido.
No está mi puesto de trabajo, ¿estarán mis compañeros?
Comienzo a subir los escalones, me acercaré a saludarlos. No, no… Me arrepiento, no quiero entrar allí, el bolsillo me duele.
Me giro y desando los pasos dados. Cuando llegue a casa le mandaré un e-mail, tengo que tener su correo de cuando me envió algunos poemas. ¿Habrá leído MI GRAN OBRA?
Que olvidado lo tengo todo, mi vida… Me he olvidado de mí mismo.
Vuelvo la cabeza y miro a las escaleras. No está…