Fragmento #105 – Sólo números

Afuera llueve, llueve sin fuerza. Ni un alma en la calle a estas horas. No hay veladores a las puertas de los bares, ni gente paseando como de costumbre. Dos horas tras el mostrador de la librería y aún no ha entrado nadie.
Mis pensamientos se escurren con la lluvia, me dejo llevar por el gris del cielo. Hace una semana… No, no, no pienses en eso ahora, Mario. Salgo a la calle, bajo el portal de la tienda, y saco un cigarro. Lo enciendo con parsimonia y miro a mí alrededor: ya es otoño. Una chica joven sale del bloque de enfrente, mira al cielo con una mueca de desprecio y abre su pequeño paraguas negro. Su mirada se cruza con la mía, de casualidad, y sonríe. Sale y se aleja calle abajo con el paraguas, sorteando los charcos entre los adoquines.
Se parece a Astrid.
Es como Astrid, pero algo mayor… ¿Sólo algo mayor? Astrid era una… No, no, no pienses en eso ahora, Mario. Astrid era Astrid y es Astrid. Sólo eso.
El cigarro se ha consumido en la mano, sin darme cuenta. Un montón de ceniza adorna ahora mis zapatos.
Ernesto sale del almacén y se acerca hasta la puerta, donde estoy apoyado, en el quicio.
- ¿Te pasa algo, Mario?- me pregunta.
- No, nada. Sólo fumaba y… pensaba.
- Ahm…- obtengo por respuesta.
El agua sigue cayendo sobre el suelo, vencida, derrotada, sin ganas…
- ¿Qué edad tenía Astrid?- pregunto al fín.
- Creo que trece o catorce… ¿porqué?- me contesta Ernesto.
- Por nada, por nada…