Fragmento #89 – El vivo al bollo y el muerto al hoyo

Me despierto antes de que suene la alarma del móvil, una débil luz entra por la ventana con la persiana etreabierta. Anoche debí olvidar cerrar la persiana cuando llegamos de Alanís. Ernesto y yo llegamos por la noche, Isabel se quedó allí junto a su familia.
Me despierto extrañado, como si hubiera vivido un sueño, incrédulo, cansado, triste y sin saber porqué. Desganado, sin aliento, no quiero levantarme, quiero seguir aquí, echar la persiana y regocijarme en la oscuridad hasta que el hambre o las ganas de ir al servicio me obliguen a ponerme en píe.
He huido durante tanto tiempo y ¿para qué? Ahora estoy solo, expectante ante una monotonía agotadora, mirando atónito un ir y venir de momentos aburridos. Hoy no me levanto… No quiero, ¿para qué?
Dudo entre levantarme y cerrar la persiana o esconderme bajo la almohada, a oscuras, a respirar lentamente hasta que me cueste… El oxígeno dejará de llegar y la monotonía y la soledad desaparecerán. También conseguiría oscuridad. No… No soy capaz, ¡qué cobarde!
El móvil comienza a sonar, con la misma melodía de siempre: el despertador.
Y la alarma deshace la nube de pensamientos de mi alrededor. ¿En qué estaba pensando? Qué estupidez…
Me levanto, abro la persiana de par en par y me meto en la ducha tras encender la radio. Son las siete de la mañana, las seis en Canarias. Buenos días, queridos oyentes. Ir a trabajar… Monotonía, soledad, aburrimientos, hambre, sueño y agua fría.
El día a día… El vivo al bollo y el muerto al hoyo.