Fragmento #4 – Primer día en el Don Diego

Levantarse. Reconocer el lugar -un parque sevillano- y suspirar. Hoy es el primer día en el Don Diego. Joaquín me espera. Me ha prestado un uniforme de camerero, porque no tengo bastante dinero para comprarme uno. Aquí, detrás de la barra, miro a travás del humo negro que cubre mi memoria. Me acuerdo de mí, en la misma situación, en otro bar, en otro lugar. Ya lo he hecho.
Joaquín es un hombre gordito y simpático. Un hombre del sur. Con un bigote enorme. También, hay otros dos camareros que trabajan conmigo. El primero se llama Ángel. Es un chico de mi edad, más o menos. Rubio, con ojos azules. Un cara inocente, hermosa. Un poco estúpida. Le odié en el acto. El otro -bueno, la otra- es una chica, de piel negra, tambien joven y atractiva, llamada Carmen. Muy cariñosa y sonriente.
Empiezo a trabajar como si hubiera sido un empleado del Don Diego desde hace años.
Mario se sienta en la misma mesa de ayer. Me acerco y le traigo un café con hielo. Mira, Mario, soy capaz, ¿no?
- ¿Cómo estas? -me pregunta Carmen.
- Bien.
- ¿De dónde vienes?
- No sé. ¿Y tu?
- De Madrid, tengo familia aquí... ¿No sabes de dónde vienes?... Es raro...
- Lo siento.
Sus ojos sobre mi piel. La miel de ámbar de su mirada acaricia mis manos, cada uno de mis ademanes. Curiosa. Joaquín me observa. Mario me observa.
Mirad. Os demostraré que puedo hacerlo.

Llega el final del día. Joaquín me fecilita. Nunca ha visto una adaptación tan rápida y eficaz. Con las propinas, podré pagarme un sandwich y un pequeño hostal.
No pienso en nada.
Solo tengo hambre y sueño.