Fragmento #32 – El Ocaso de los Dioses

A veces la fe se tambalea y todo cae a tu alrededor… No creo en Dios, quedan pocas cosas en las que creo. Creía en MI OBRA, creía en el arte, como un camino de escape… Una forma de humanizar al hombre, una forma de dejar de ser un lobo para uno mismo. El fin de la autodestrucción.
No voy a pensar que todo ha terminado, sino que ha comenzado. Esto no es un ocaso, es un bonito amanecer…
Es domingo por la noche e Isabel me espera en el salón. Hemos quedado para tomar una copa.
- Alegra esa cara, cariño. No se acaba el mundo.- me dice con su permanente sonrisa.
Ella siempre sabe mirar las cosas desde un punto de vista positivo… El mundo no se acaba, pero sí las esperanzas de ver MI OBRA algún día en un escaparate: personajes planos e historia poco creíble…
Y nada comercial, me dijeron. No soy la gallina de los huevos de oro que buscan…
- Si no te apetece salir… podemos tomar algo aquí.- me dice Isabel mientras me rodea con sus brazos.
Me besa suavemente en los labios y desabrocha mi camisa con una parsimonia única. No te preocupes, me dice al oído justo antes de comenzar a deslizar la camisa para atrás. Sus finas manos recorren mi torso en zigzag hasta llegar al cinturón que, con mayor lentitud aún, comienza a desabrochar…
No estés triste, repite una y otra vez. Los vaqueros caen por su propio peso y se quedan junto a mis tobillos. No te preocupes por eso, no te preocupes por nada, masculla cerca de mis oídos mientras comienza a acariciarme. Deja caer su chaquetilla y se desabrocha los primeros botones de la blusa.
De pie y desnudo ante ella en el salón empiezo a perder el sentido. Siento sus uñas en mi piel; la seda de su blusa acaricia mis rodillas y manoseando sin sentido su cabello exclamo con la voz entrecortada: I-sa-bel.
Con ella no existen los problemas. La luz del sol entra de repente en la habitación y me ciega mientras caigo en un extraño sueño. Un amanecer de felicidad y placer, las penas se pierden en la oscuridad del anochecer… I-sa-bel.