Cuando quedo con Ernesto intento extremar aún más mi puntualidad, siempre llega a tiempo y pobre del que llegue tarde... Me gusta la puntualidad, las cosas hay que hacerlas cuando hay que hacerlas, ni más tarde ni más temprano. Todo en su momento, siempre llega el momento…
Allí está, con su chaqueta de pana gastada, sus pantalones igual de gastados, su rebeca azul marino y los tirantes. La barba y el pelo blanco y su pipa, apagada, metida en el bolsillo de la chaqueta.
- Buenas tardes, Mario.
- Hola, Ernesto. ¿Qué tal?
- Bien, bien… Vamos a enviar esto en un momento- me enseña un paquete que lleva en la mano- y ahora vamos a tomar un café, ¿vale?
Entramos en la oficina de Correos que hace esquina y subimos los pocos peldaños que nos conducen a la primera planta. Envíos.
- ¿Qué es?- pregunto mientras señalo el paquete.
- El libro ese que te dije para mi amigo de Barcelona… Me llamó la semana pasada por si lo tenía para regalárselo a una sobrina que tiene en casa, o algo así. Una versión de El Principito bilingüe, encuadernada en piel… una joya.
- Ah, El Principito…- me quedo pensativo, no me he acordado hoy de preguntarle a César si ya lo había terminado de leer.
Ernesto se acerca al mostrador que está junto a la ventana y rebusca en sus bolsillos: saca la pipa, una cajita de cerillas, unas llaves y, al fin, saca una tarjetita de papel doblada por la mitad.
- Ven, Mario. Escribe tú la dirección que se me han olvidado las gafas de cerca…
Cojo la tarjeta y saco la pluma que me regaló Isabel.
Bernard Lázaro Barceno
Librería Babilonia
Sepúlveda nº87
08015 Barcelona
(España)
Mientras escribo, Ernesto se ha puesto en la cola. Justo detrás de una señora mayor emperifollada y perfumada hasta el desagrado. Me doy cuenta que Ernesto está solo en el mundo, sólo los libros le acompañan. Sus polvorientos y amarillentos libros.