Fragmento #8 – Ojalá

Hacía mucho tiempo que no escuchaba a Julio tocando, casi un mes. Esta tarde de primavera –temprana por cierto- sus notas camuflan el borboteo de voces y gritos de críos que inundan la calle San Luis. “No importa lo que pase fuera” me digo a mí misma. Es como si su música fuera lo único que existiera en este momento. La música y yo… y la paz…
Por supuesto, la situación no dura mucho tiempo. Lo sé por experiencia. Justo en este instante aparece Diana, que viene de la facultad.
- ¿Escuchas? Parece que ha vuelto.
- ¿Eh?- no sé de qué me está hablando.
- Pues Julio, tía, el de abajo. Ya está con el piano otra vez.- dice, como si le fastidiara mucho todo esto.
- ¿Pero es que se había ido?
- No te enteras de nada… ¡si te conté que me dijo Antonia que lo habían ingresado por no sé qué!- y menea la cabeza.- Ahora a ver cómo estudio yo con el pianito de las narices…
Diana se aleja por el pasillo hacia su cuarto, refunfuñando con palabras e insultos inaudibles; es lo mejor que puede hacer, alejarse de aquí. Mientras tanto, yo sigo escuchando y pienso. Me ha dejado de piedra ¿Julio ingresado? ¿Por qué? ¿Debería bajar a preguntarle cómo está? Pero si ni siquiera le conoces, Helena… Es cierto: no puedo visitar a un hombre al que ni siquiera le he visto la cara para interesarme por cómo le va después de su enfermedad. Es de locos, pienso, y sin embargo es como si le conociera de toda la vida.
Se hace tarde, y me toca preparar la cena para mí y la odiosa Diana. Ojalá se fuera. Ojalá que al llegar a casa, algún día, lo único que escuche sea el silencio de las paredes y las mazurcas y valses de Julio.
- ¡Helena, coño! ¡Que tengo hambre!
Ojalá ese día no esté muy lejos…