Fragmento #85 – Bienvenido a nada

Al salir del avión la azafata me da la bienvenida. Gracias. Recorro el pasillo acristalado y entro en la zona de llegadas. Arrivals. Llegadas. Al salir por la puerta, tengo que cruzar una marabunta de personas para llegar a la salida y coger un taxi. Una pareja de ancianos se abrazan emocionados: están esperando a conocer al recién llegado por el aire nuevo nieto, me imagino. A la mujer se le escapan unas lágrimas y el marido le besa en la frente rodeándola con sus brazos. Una madre espera a su hijo que vuelve de las vacaciones. Un hombre trajeado espera al vendedor de alfombras de Nápoles con el que va a firmar un jugoso acuerdo mercantil. La esposa espera al esposo, el amante a la amada, la madre al hijo y el hijo a la madre. ¿Quién me espera a mí? He huido, nadie espera a los fugitivos… Quizás una Telma o una Louise enamoradas o compañeras de delito, no es mi caso…
A otra pareja que sale tras recoger las maletas nadie le espera tampoco. Y no les hace falta, son la empalagosa pareja recién casada a la vuelta de su luna de miel bajo el sol de la Toscana. Ahora una espera de nueve meses… Todo el mundo espera.
Y sin darme cuenta sigo parado entre la multitud, pensando en vidas ajenas mientras olvidaba la mía propia. ¿Qué es todo esto? Me siento estúpido y avergonzado. Esto es tan triste…
Serán imaginaciones mías, pero noto cada mirada. Todos me miran. Todos me observan detenidamente: este no es mi querido esposo, se parece pero no es mi Carlitos, ¿quién coño es ese?, ¿qué hace ahí parado?, ¿quién viene a recogerlo? Que alguien lo quite de ahí, creo haber visto a Carlitos recogiendo la moleta por ahí detrás…
- Disculpe- dice una voz a mi espalda, es un vigilante de seguridad- ¿Podría apartarse del paso, señor? Espere allí, en los asientos.
Como si se tratara de un dardo, despierto y sigo andando con mi única maleta. Ya dejo atrás a la gente que espera entre besos y abrazos. El abuelo alza a su nuevo nieto, la abuela besa a los recientes padres. La mujer porfín ha reconocido a su Carlitos. Esto no es asunto mío…
Noto las miradas en mi espalda, se clavan como puñales. Escucho sus pensamientos: «Ese de solo». ¿Qué pasa? ¿Tan mala es la soledad? Es más, yo mismo la he elegido. Tengo lo que quiero…
Quizás me haya cansado de estar solo. Aunque yo la haya buscado, no es lo que quiero en realidad. Ahora me pesa, como una enfermedad que me corroe por dentro. Ya estoy en Sevilla: el lunes trabajo, todo vuelve a la normalidad.