Fragmento #25 – El retrato de Dorian Gray

La malta fermentada aún me está haciendo efecto…
“Agua de vida” llamaban al whisky. ¡Qué gran paradoja!, durante toda la noche parecía que se me iba la vida de las manos. O al menos se me salía por la boca, tendré que limpiar el cuarto de baño… cuando me pueda mantener en píe.
¿Qué coño he hecho? La botella de Johnnie Walker ni me mira, ni me escucha, está vacía…
La cabeza me da vueltas y tengo náuseas… ¡Puto Walker! ¡Puto alcohol! ¿Qué se me habrá pasado por la cabeza para acabar así? Tengo que acabar MI OBRA, al menos perfilarla un poco más… sino se reirán en mi propia cara cuando la lleve a la editorial.
¿Dónde fuiste, Inspiración? Según Freud, la inspiración es producto de un conflicto no resuelto o de un trauma de la niñez… Traumas infantiles no es que me falten, la verdad. Y conflictos aún sin resolver… Isabel.
Isabel me ha traído la paz, la armonía, un poco de cordura en esta vida; pero desde que ha llegado no he vuelto a escribir… Aún recuerdo el día que la conocí… Hace un mes, en el café Don Diego, vino a mi mesa y me preguntó que qué quería. Días después ella contestó a esa pregunta y dijo que a mí…
Todo ha cambiado desde entonces, me como el mundo día a día. Sobrevivo a tempestades gracias a ella, todo gracias a ella. Si estuviera aquí… esta noche llega del pueblo de su padre. Isabel…
La escritura me hacía escapar, la tinta me curaba el dolor que las personas me causaban…
Estoy mareado, no puedo conciliar el sueño. En la oscuridad de la habitación, tanteo la mesilla de noche buscando el despertador. ¡Crash! He tirado la botella, el ruido de sus mil cristales rebotando por el suelo me provoca un intenso dolor en las sienes… Descanse en paz, señor Walker.
Al fin encuentro el despertador, las seis menos cuarto… Incluso la minúscula lucecilla roja del reloj me irrita los ojos; lo coloco en la mesilla de noche o en donde yo creía que estaba la mesilla. Ahora hace compañía a Johnnie. Descanse en paz, señor despertador. ¿Quién será el siguiente?
Me incorporo un poco y me siento en el borde de la cama. Vislumbro gracias a la tenue luz que entra por el pasillo mis pantalones en el suelo y la camiseta colgada del picaporte de la puerta. Sólo llevo un calcetín y los calzoncillos me parece tantearlos entre las sábanas. Me levanto y siento los cristales en mis píes descalzos. ¡Joder! ¡Pareces tonto, Mario!
Enciendo la luz de la mesilla y paso sobre los cristales. Allí yace, el ilustre señor Walker en mil pedazos, algunos juntos aún por la etiqueta negra de la botella. Ahora es en los ojos donde siento los cristales clavándose, me molesta la claridad… Salgo de la habitación y miro, a través del pasillo, el salón: la ventana abierta, la cortina meciéndose por el aire y la luz encendida. Quiero oscuridad…
Entro en el cuarto baño y me siento sobre el váter. Le doy al interruptor que está enfrente y se hace la luz… ¡Puta luz! ¡Puto Walker! Me miro la planta del píe, nada grave. Alguna heridita, algún cristalito clavado pero nada profundo… Miro a la izquierda, al espejo.
Me levanto y contemplo el reflejo de mi cuerpo desnudo. Barba de tres días, despeinado y ojeroso. ¿Ese soy yo? No conozco a ese hombre, necesito una ducha…
Una ducha y apagar la luz.