Fragmento #70 – Azúcar

Por las rendijas de la persiana entra algo de luz, ya no me molesta la claridad. Miro a mi lado y allí está Isabel. Acurrucada y vestida de calle, a mi lado. Junto a mí como estos últimos meses, siempre que la necesitaba estaba ahí… Suenan pasos en el piso de arriba, María se debe de haber levantado.
Me levanto, sin esfuerzos, sin mareos, me siento mejor… Tapo a Isabel con la colcha, con cuidado para no despertarla, debió quedarse dormida anoche mientras hablábamos. Al taparla, se estremece y levanta tímidamente la cabeza abriendo los ojos con dificultad. «Buenos días, cariño», me dice cayendo de nuevo en las redes de Morfeo. Le doy un beso en la frente y esta vez ni se inmuta.
Encajo la puerta del dormitorio y voy a la cocina. Lo de siempre, lo de cada mañana pero hoy es una mañana especial: ella está aquí. Lleno la cafetera de agua, el filtro de café y enciendo la máquina. Cojo una taza y la lleno de leche por la mitad, no más de un minuto en el microondas…
Pronto comienza a gotear la cafetera, un líquido pardusco llena el recipiente de cristal, algo aguado aún. Poco a poco comienza a teñirse de negro, a coger densidad, la cocina empieza a oler a café, como todas las mañanas.
La leche está caliente y el café preparado, los mezclo y la taza sufre una rebelión de colores: blanco, blanco que se tiñe a marrón y al final, casi negruzco. Siempre gana el negro.
Doy un sorbo a la taza… ¡el azúcar! La vida es demasiado amarga, debo acostumbrarme a endulzarla antes de probarla.