Fragmento #53 – La playa

El sol comienza a descender buscando ocultarse tras el mar, pareciera que tiene miedo. El azul del cielo se torna en tonos rojizos, anaranjados y violetas, la oscuridad acecha. Las alargadas sombras en la arena comienzan a desaparecer y todo se convierte en sombra. A lo lejos aparece una estrella, débil, temerosa ante la bola rojiza del sol... Todo esto, no se porqué, me trae al recuerdo el libro que tengo entre las manos:
Un horizonte desértico adornado por una estrella figura en la página anterior; en mi paisaje, las dunas del desierto son olas... la estrella parece la misma. El Principito, siempre me gusta releerlo en la playa, será por el recuerdo de una infancia perdida o será por... no lo sé.
La luz es cada vez más débil y me impide seguir la lectura, busco el reloj en el bolsillo pequeño de la maleta y miro la hora: las ocho y media, aún me quedan dos horas para que salga el autobús de vuelta a Sevilla.
Los perfiles de la ciudad de Cádiz al fondo: edificios, grúas y veleros desaparecen y aparecen las primeras luces que anuncian la noche.
No hay nadie en la playa y la marea está alta. Guardo el libro en la maleta y sacudo la toalla contra el aire, para quitarle la arena. Me quito la camisa y los vaqueros, los doblo cuidadosamente y los pongo sobre la maleta, comienzo a andar hacia la orilla... El agua comienza a rozar mis píes y poco tarda en llegar hasta los tobillos, sigo caminando y llega hasta las rodillas. Me mojo las manos y los brazos, está fría, no importa. Me zambullo entre las débiles olas y comienzo a nadar y a mover las piernas para combatir el frío, al poco tiempo desaparece. Me sumerjo de nuevo bajo el agua y al salir me doy cuenta que es de noche, completamente de noche...
La estrella brilla con más fuerza allá arriba y la luna comienza a cobrar importancia, todo está tranquilo, en silencio. Un silencio roto sólo por la marejada... No quiero volver a casa, quiero quedarme aquí para siempre; pero no puede ser, tengo que volver...
Salgo lentamente del agua, mi piel se resiente y el vello se me eriza con la brisa. Todo está oscuro, a lo lejos las farolas del paseo marítimo iluminan la carretera; la arena sólo está iluminada por la luna. Llego hasta la mochila y me cubro con la toalla, busco una camiseta en la mochila y me seco el pelo con ella. Sin dejar de mirar a la estrella termino de vestirme y me calzo los botines, llenos de arena.
Con la maleta al hombro camino hacia el paseo marítimo sin querer volverme, sin querer volver a ver el mar...