Fragmento #41 – Cumpleaños feliz

Acabamos de cenar y ya nos hemos levantado de la mesa. La sola presencia de Pablo me ha alegrado la velada, tanto tiempo sin verlo… Al final lo convencí para que se quedara en mi casa durante la Semana Santa ya que no ha podido venir su novia. Isabel ha estado más sonriente que nunca, quizás necesite este tipo de celebraciones para olvidar los problemas del padre. María ha tapado perfectamente el rasguño de la mejilla con maquillaje, como si nada hubiese pasado. Y mi madre… con mi madre estoy lo mejor que puedo estar, al menos el odio se marchó por esta noche.

Isabel está recogiendo la mesa con ayuda de mi madre y María. Pablo se va a la cocina a poner las velas sobre el pastel. Ernesto sigue sentado en la silla.
- Anda, ayúdame con el champagne- le digo mientras busco unas copas para el brindis en el mueble bar del salón.
- ¿La botella está en el frigo?- pregunta mientras se levanta.
- En el congelador, la he metido un rato…- voy sacando las copas y pasándoles un trapito húmedo para quitarles el polvo- Una, dos, tres… somos seis en total.
Coloco las copas en la mesa y se apaga la luz, apagan la luz. Al unísono comienzan a cantar el Cumpleaños Feliz, demasiado evidente. De la cocina salen Isabel y Pablo con la bandeja del pastel y alrededor están los demás: sonrisas de oreja a oreja y cantando con brío. «¡¡¡Muchas felicidades!!!» gritan al terminar. Isabel me da un beso en los labios, tras ella viene Pablo y me abraza fuertemente: «Felicidades, campeón» me dice al oído. María me da dos besos: «Felicidades y gracias de nuevo, Mario» me dice entre beso y beso. Ernesto, con la botella de champagne en la mano, expande sus grandes brazos en ademán de abrazarme… «Ya te queda menos, vejestorio», Ernesto siempre con su humor sutil.
Falta mi madre, se acerca tímidamente y de un solo impulso se abalanza sobre mí: me abraza con fuerzas, «Felicidades, hijo…Te quiero».
Soplo las velas y todos aplauden; nunca me gustaron estas fiestas de velitas y confeti, demasiado patético esperar que apagar unas velas te conceda un deseo, pero bueno… es mi cumpleaños y no quiero amargarme por tonterías metafísicas.
Ernesto descorcha la botella. ¡Pup! El corcho rebota contra la pared y un borbotón de espuma cae sobre el suelo. Risas y alegría, ojalá siempre fuese así. Ojalá se descorcharan botellas cada noche…
Isabel levanta su copa y pide silencio, me mira. Me mira como nadie me ha mirado nunca.
- Quiero dedicar el primer brindis al cumpleañero más guapo de todo el mundo…- me sonríe y los demás ríen entre dientes- Mario, te quiero. Estos meses junto a ti han sido los mejores de mi vida y por eso quiero brindar por la persona más maravillosa que he conocido…
- ¡Venga, venga!- interrumpe Ernesto- ¡Qué acabaré llorando de la emoción! No se hable más… Por Mario, ¡joder! Porque es el mejor y punto…
- Bueno, déjame decir algunas palabrillas- sigue Pablo alzando también su copa- Brindo por él porque es el mejor amigo del mundo; porque aunque me haya ido a vivir lejos, nunca lo olvido…
- ¡Joder! Callarse, sí…- le interrumpo- Que el que va a llorar soy yo…
Todos ríen y, alzando sus copas, las entrechocan. Isabel me coge por la cintura y me mira con ternura: mueve los labios diciendo te quiero.

En los cumpleaños y en los funerales, el protagonista siempre es una magnífica persona; no sé porqué…