Fragmento #40 – La cama de invitados

Suena el nuevo despertador a las seis de la mañana y me levanto con mucho trabajo, anoche nos acostamos muy tarde. Pero entro a las siete y necesito una buena ducha para despertar del todo. Busco una camiseta y los pantalones usados de ayer para salir del cuarto, he recordado que María está en casa. Quizás por eso me guste vivir solo…
Al abrir la puerta de mi dormitorio veo la luz de la cocina encendida, allí está María preparando el café.
- ¡Buenos días!- me dice con una espléndida sonrisa. El moratón de la cara está mejor.
- Buenos días, María…- respondo mientras me quito las legañas con los dedos- Voy a la ducha, ¿vale?
- Ok, ya está puesto el termo, cuando salgas de la ducha me voy para mi casa… Y muchas gracias de nuevo, Mario. Muchas gracias…
- No hay que darlas, mujer. Para eso están los amigos.
Me dirijo al dormitorio para coger la ropa limpia y meterme en el cuarto de baño. Cierro la puerta y enciendo la pequeña radio que está sobre la repisa del espejo, junto al cepillo de dientes. Aún se habla de las elecciones… y lo que queda. Hay ganadores y ganadores a menos medida, nadie ha perdido…
Abro el grifo de agua caliente y un poco el de fría hasta ajustar la temperatura: hace calor pero aún refresca tan temprano. Me quito la ropa y entro en la ducha, cierro la cortina de plástico. Lo necesitaba, el agua corre por mi piel despertando cada poro; ya sólo me queda el café y seré una persona al completo.
Al salir me pongo la toalla alrededor de la cintura y quito el vaho del espejo con la mano. Me peino un poco con fijador y me retoco la barba con la maquinilla, sin espuma… escuece. Termino de secarme y me visto. No llevo rebeca, ayer hizo un bochorno horroroso y con todo el calor del mediodía he de ir a la estación de Santa Justa a recoger a Pablo.

En la cocina está María sirviéndose una taza de café.
- ¿Cómo lo quieres?- me pregunta señalando a la cafetera.
- A estas horas de la mañana… solo y hasta arriba de la taza.
- ¿Azúcar?
- Yo me la echo, no te preocupes. Gracias…- sonrío, ella sonríe igual.
- Gracias a ti, Mario. Si me llego a quedar en casa sola no creo que hubiese dormido, tengo miedo de que vuelva otra vez…- la sonrisa desaparece de su cara cuando recuerda lo pasado- Es un cabrón, Mario. Sólo quiere dinero…
- La próxima vez llama a la policía… y no creo que tenga el valor de venir hasta aquí. Así que no te preocupes, quédate unos días en casa y descansa…
- Sí… eso haré. Y ya está, a olvidar el pasado y no volver a ir a verlo para que entre en razón; ya sé que no es capaz… Borrón y cuenta nueva.
- Exacto, se olvidará de ti cuando encuentre a otra fulana…
¡Ups! No debí decir fulana… El silencio se ha hecho en la cocina. Metí la pata.
- No pasa nada, Mario. No te dé vergüenza, era una fulana. Ya no lo soy…
- No quise ofender… Bueno, bueno… olvidémoslo del pasado. ¿Te apetece venir mañana por la noche a casa? Es mí cumpleaños y celebro una cenita con los amigos…
- ¿Tu cumpleaños? ¿Cuántos caen…?- ríe tímidamente al hacer la pregunta.
- Un cuarto de siglo… ¡Uff! ¡Qué depresión!
- ¿Veinticinco? Pero si estás echo un chaval, ni los aparentas…
- Gracias, gracias… No te pensaba cobrar el alojamiento de todas formas, así que no mientas…
Ambos comenzamos a reír; por momentos el rostro de María parece olvidar el dolor y el llanto de ayer. La risa no es un mal principio para una amistad…